La incitación del ridículo

He sido acusado de «incitación al odio». Lo confieso abiertamente. Una empresa global como es Facebook, que ha implementado avanzados sistemas de control, considera que incito al odio, sí, al odio. Nada más y nada menos que al odio con todo lo que eso significa e implica (o debería significar o implicar). Y es que las palabras, aunque en estos tiempos muchos intenten que pierdan su verdadero significado, y por ende, su verdadera fuerza, son lo que son y significan lo que deben significar.

Evidentemente, la ironía nunca es fácil de comprender y menos por sistemas automáticos o de supuesta inteligencia artíficial. Tiempo al tiempo. Pero cuando se plantea el recurso y se explica con detalle el significado de una simple ironía, es cuando nos damos cuenta del escaso nivel de precisión y efectividad de los supuestos sistemas establecidos por estos foros de información global.

Este suceso, por otra parte, aunque confieso que me ha resultado ofensivo, no deja de ser anecdótico. Además, Facebook, en su magnanimidad, me transmite que «Entendemos que es posible que se cometan errores, por eso, no restringimos tu cuenta». Pero esto me ha hecho reflexionar intentando poner estos métodos de control (cuya existencia me parece indispensable aunque, visto el caso, claramente mejorables) en el contexto actual.

Vivimos en un mundo donde el exceso de todo tipo de información (y desinformación) nos rodea y percute nuestras mentes de forma machacona. Todos somos testigos del sesgo constante de los mensajes y de la intencionalidad con que se construyen y se ponen sobre la mesa. Las últimas elecciones autonómicas madrileñas han sido un claro ejemplo de hasta dónde podemos llegar en el ejercicio del sinsentido informativo. Una cadena en las que todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad. En primer lugar, por supuesto, el emisor del mensaje, después, aquellos que lo manipulan, lo distribuyen y generan el debido altavoz, ya sean estos los medios de comunicación tradicionales o, por otra parte, nosotros mismos en nuestro ejercicio personal de viralización de esas informaciones que nos llegan (sean ciertas o falsas). Todos los eslabones de esa cadena debemos hacer un ejercicio de reflexión de nuestra responsabilidad y, cada cual desde su posición, poner los medios necesarios. Pero, como dice el refrán: » Entre todos la mataron y ella sola se murió».

Leía hace poco que la OCDE, en su publicación “Lectores del siglo XXI: desarrollando competencias de lectura en un mundo digital”, que versa sobre la pericia de manejo de internet de los jóvenes de 15 años, afirmaba que solamente el 41% de los jóvenes españoles fueron capaces de distinguir hechos de opiniones. Pero el asunto no queda aquí. Si echamos un vistazo al estudio demoscópico realizado por Alpha Research para la Universidad Complutense de Madrid y la consultora de comunicación Torres y Carrera, que explora el fenómeno de las ‘fake news’ o noticias falsas, entre sus conclusiones, destaca que el 78,5% de los encuestados considera que las redes sociales mienten. Sobre el total, un 52,3% cree que mienten a un nivel alto y un 26,2%, a un nivel medio. Sin embargo, el 82,4% de los jóvenes de entre 16 y 24 años se informa en primer lugar a través de las redes sociales. Pero quizá, la conclusión del estudio más llamativa y chocante es que muestra cómo la generación a la que menos le preocupa que una noticia sea falsa es a los más jóvenes. Al 36,4%, entre los 16 y los 24 años, no les preocupa mucho que una información que les interesa sea falsa.

La verdad es que se trata de unas afirmaciones tan contundentes como preocupantes. Sin embargo, viendo el contexto en el que nos encontramos, quizá no deberíamos sorprendernos. Estamos comezando a recoger los frutos de mucho tiempo de concienzuda siembra.

Y en este lamentable entorno en que todo tipo de figuras, públicas y privadas, derrochan oratoria sobre la libertad de expresión mientras, tras el biombo, maniobran en sentido contrario, vemos como las otrora estandartes de esa libertad del individuo, las redes sociales, se han covertido en una especie de estercolero de falsedades, de fake news y de habitat natural de todo tipo de oscuras maniobras de perfiles falsos y artimañas que hacen que aquello que en su día llamamos «astroturfing», hoy parezca un ejercicio simplón de patio de colegio. Pero de igual manera que el príncipe azul no puede besar a blacanieves porque hoy perpreta un acto deleznable, esas empresas que ponían en práctica aquellas máximas del Manifiesto Cluetrain donde los mercados devenían en conversaciones, caen en la incitación al ridículo cuando desean poner puertas al campo del libertinaje que ellos mismos, como decía al principio, han ayudado a crear como responsables de su parcela en esta bizarra cadena de la información en la que vivimos.

¿Estamos a tiempo de recuperar aquella ilusión que las redes sociales despertaron entre mucha gente o quizá ya sea tarde?

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Pero oiga usted ¿Qué es eso de las fake news?

Caramba, ¡cuánto tiempo sin abrir este blog y escribir!. Desde julio del 2019… Y en tan sólo medio año el mundo ha cambiado tanto… ¿O no? Con esto de las crisis se dice que las personas sacan lo mejor de ellas mismas. Bueno, personalmente creo que las personas siempre actúan en consecuencia. El que tiene buen fondo, es majete y el que no lo es, sencillamente no lo es.

Pero bueno, que, como siempre, me voy del tema. Mucho se habla en estos tiempos revueltos de los bulos, mentiras, noticias falsas o eso más moderno de las fake news, o los hoax que decíamos los ya veteranos en esto de Internet. Nos hacemos de cruces y mucho nos indignamos, indignación que, claro está y como siempre, va por barrios que parece que la mentira ajena es siempre más mentira que la propia… Pero ¿Qué es una fake news? Básicamente es una noticia falsa que se divulga con la intención de que los receptores de la misma crean que es cierta y, de esa manera, generar una determinada corriente de opinión que favorezca al emisor de la falsedad.

Hasta aquí tampoco hay nada nuevo. Esto de intentar hacer pasar una mentira por una verdad es tan viejo como el ser humano. Y si lo llevamos al campo politico o de poder, es tan antiguo como la intención del mandatario de manipular a su pueblo acorde a sus intereses.

Este fenómeno alcanzó una nueva dimensión cuando llegaron los grandes difusores de la información y la generación de la opinión pública desde hace más de dos siglos, los medios de comunicación. El llamado «cuarto poder» que con rigor, independencia y suma profesionalidad, trasladan la verdad a sus audiencias. Aquí, y bromas aparte… nadie se me enfade que no digo nombres ni medios, pero habría muchos que deberían hacerse ver eso de decir que son «periodistas». Pero bueno, esos medios de comunicación se convierten en grandes empresas con grandes costes operacionales y salariales y la publicidad es su sustento económico. Por lo tanto hay que establecer buenas relaciones con los anunciantes, o sea, las empresas privadas y las instituciones públicas. De la transparencia de la inversión de la publicidad institucional no digo nada que ríos de tinta hay escritos para todos los gustos. El que quiera profundizar en ese espinoso asunto, tiene un océano para navegar. Y con el tiempo, aumenta la competencia, llegan la radio, la televisión y finalmente Internet. El pastel publicitario se reparte y las crisis económicas y las peores, las crisis de modelo de negocio, hacen que la situación financiera de esos medios sea mucho más inestable (incluso crítica). Y esto hace, obviamente, que estas empresas informativas sean más dependientes. Aquí podríamos abrir mil hilos de argumentación porque el tema daría para debates «ad infinitum». Sigamos adelante.

Y aquí tenemos un dilema. Si una empresa presiona a un medio para que el enfoque de una noticia sea uno concreto (el que favorece a la empresa por ejemplo) y para ello usa la fuerza de su inversión publicitaria en ese medio (tan necesario y más en tiempos escasos) ¿No estaríamos hablando de una mentira, una noticia falsa o una fake news? La proliferación de los llamados acuerdos redaccionales en medios de comunicación bordean constantemente las líneas rojas entre la información y lo que ya no es tan informativo y pasa a ser más, seamos suaves, intencionado.

Y llega Internet, y con ello proliferan nuevos tipos de divulgación de la información y, en relación al periodismo, aparecen los medios de comunicación online (periódicos digitales) y después también el fenómeno de los medios sociales (que vamos a dejar de lado de momento). La llegada de Internet amplia muchísimo la oferta informativa pero no cambia en demasia el comportamiento que antes he descrito. Incluso diría que la competencia, y la complicación de la supervivencia de ciertos modelos de negocio, lo complica todo mucho más. Aquí añadiríamos un nuevo concepto, aquello llamado el marketing de contenidos, el branded content. La idea no era nueva ya que podríamos definirla como la nieta de los publi-reportajes, pero son contenidos de pago supuestamente identificados como tales y, por lo tanto, debidamente marcados para que la audiencia los entienda como tales y no se generen malentendidos. ¿Quiero decir que todos estos contenidos atentan contra la verdad? En absoluto, pero hay infinidad de casos confusos y que juegan a esa confunsión con total intencionalidad. Incluso existen medios de comunicación que no solamente lo permiten sino que juegan a ello abiertamente. ¿Qué conseguimos con esto? Pues, tristemente, un panorama informativo que, paulatinamente y fruto de diversos vaivenes a lo largo del tiempo,  genera un contexto mucho más confuso para determinadas audiencias menos capacitadas para entender este ecosistema.

Pero olvidamos un detalle, la línea editorial. ¡Eh, cuidadito con meterse con la libertad de prensa! ¡Dios me libre de tal pecado! Pero cuando la línea editorial se convierte en la columna vertebral de la información transformándola, sistemáticamente, en opinión (que no es lo mismo) y haciendo que parezca información – detalle muy importante – entonces resulta que un determinado medio de comunicación se convierte en el brazo «escrito, visual o sonoro» de una determinada, vamos a llamarla, «Intencionalidad». Si volvemos a la inicial definición de la fake news ¿Acaso esto no es ya la generación de una noticia falsa en función de unos deteminados intereses para llegar a una audiencia concreta y generar, o intentarlo al menos, una corriente de opinión? En mi opinión, la presión clásica, pública y privada, a los medios es y ha sido una fuente de fake news desde hace muchas décadas.

Pero he aquí que llegamos a la era de la desintermediación de la información. Ya no tenemos un emisor, público o privado, que, a través de los medios de comunicación, llega a la opinión pública. Aparecen herramientas, blogs y redes sociales, que permiten que los individuos se conviertan en emisores directos de información y permiten que también las propias instituciones, publicas o privadas, se conviertan en emisores directos de información que llegan directamente a la opinión pública sin la participación de ningún actor intermedio. La pérdida progresiva de credibilidad de otras fuentes, incluidos los medios de comunicación, hacen que mucha gente busque la información de otras maneras y que le dé más credibilidad cuando son esas supuestas fuentes individuales y, en teoría, independientes, las que se la ofrecen (más, lógicamente, cuando el emisor es un individuo que cuando es una empresa). Aparecen las curiosas figuras de los gurús, influencers (herederos de los viejos líderes de opinión) o como queramos definirlos, con las nuevas oportunidades de negocio que eso genera, y también aparecen todos las técnicas y tácticas que permiten abonar, cultivar y también falsear todas estas acciones comunicativas. Hablamos de la generación de falsas comunidades, followers, tráfico web, etc. Aquí las empresas tecnológicas, propietarias de las más famosas redes sociales y de jugosos negocios publicitarios basados en datos, sí que podrían desarrollar medidas de control mucho más adecuadas para, intentar impedir o al menos dificultar mucho este tipo de información falsa. Se han tomado medias, cierto es, pero el fenómeno continua por lo que se debe seguir trabajando en esa línea de verificación. Pero este es otro camino más de debate que se nos abre en este recorrido argumental.

¿Entonces los social media son todos malos malísimos? Pues no, ninguna herramienta es mala ni buena, lo malo o bueno es el uso que le damos. Y el problema es que este nuevo contexto múltiple de la información se convierte en un escenario ideal para la difusión de información malintencionada. Evidentemente, esa oportunidad no es desperdiciada ¿Por quién? Pues por todos los que quieren aprovecharse de ello y obtener un rédito económico o de poder, es decir, las instituciones públicas y privadas, incluídos, por supuesto, Gobiernos y partidos políticos y sus maquinarias de propaganda. Y este caos se ha llevado al extremo cuando aparecen las granjas de fake news orientadas a la manipulación industrializada de la opinión pública de una país concreto en una situación concreta. Y, además, aquí entramos en otra caja de Pandora, la protección de los datos personales y su uso por parte de las grandes empresas tecnológicas. La suma de todos estos factores nos lleva al caso de Cambridge Analytica en la elecciones norteamericanas, o, en general, en las diversas elecciones, referendos y debates políticos en el mundo, incluídos los de nuestro propio país, por supuesto. Ojo en este punto, sabemos que hay Gobiernos que financian la generación de información falsa para desestabilizar a otros países y lo vivimos con total naturalidad. Una naturalidad que los Gobiernos viven de forma muy diferente llevando sus conflictos internacionales a la Red de forma diferente a la que hemos vivido en tiempos pretéritos. Pero esto de las guerras cibernéticas se lo dejaremos a los expertos en geopolítica.

Hasta aquí nos damos cuenta que la tela de araña de la información es tremédamente compleja y no tan sencilla como podría parecer. Aunque, la verdad, es todo tremendamente humano, es decir, es una constante lucha por el poder.

Entonces ¿Cuál es el problema que hace que hoy hasta los diputados (nada más analógico que un político hasta que se dieron cuenta verdaderamente de la utilidad de las TIC. Utilidad para ellos… quiero decir) no dejen de mencionar esto de los bulos y las mentiras. Atención, ¿políticos hablando de mentiras? En fin, lo mismo eso de la apocalipsis va a ser cierto…

Superado el shock retomo el asunto. Hablaba del problema este de los bulos y lo preocupados que ahora están todos cuando ya hemos visto que la cosa viene de muy largo. Como decía, el complejo contexto de la información actual deja resquicios que los expertos aprovechan. Y esos expertos asesoran a empresas e instituciones públicas (incluidos los partidos políticos). Y, por lo tanto, las cuentas falsas en redes sociales, las presiones económicas a periodistas o medios, la mezcla tóxica de información y opinión generando noticias falsas disimuladas tras las opiniones de cada cual… hacen que la empanada que se genera sea de bastante consideración. A tal nivel de combate hemos llegado que nos encontramos en un escenario tan polarizado, extremo y encarnizado, que la lucha por la manipulación de la opinión pública ha llegado a un extremo realmente inadmisible. Ya las fakes news no son digitales, ni siquiera escritas a la forma decimonónica, ya las vemos pronunciadas verbalmente de boca de líderes políticos, en los tribunas de los parlamentos, sin pudor alguno, con una absoluto descaro y desprecio por la verdad. Y, lo que es peor aún, como parte de una estrategia de esas que ahora llamamos «transmedia». Partiendo de la vetusta propaganda evolucionamos y, ciertamente, llegamos a esto que me gustaria llamar, si se me permite la licencia, «maquiavelismo 2.0».

En resumen, las fake news no son nuevas en absoluto, la intención de manipular a la gente es tan antigua como la civilización humana y, tristemente, ha evolucionado tecnológicamente de la misma manera que todo lo demás. Aquellos que quieren manipular lo han hecho y lo seguiran haciendo (viven de ello). Lo que si me llama la atención y me parece sumamente preocupante, es lo mucho, lo demasiado, que nos estamos acostumbrando los demás a la mentira y como, en muchas ocasiones, nos convertimos en la mejor caja de resonancia de esas acciones, nos convertimos en repetidores de fakes news ayudando a su difusión convirtiéndonos en granjas de acólitos, incluso de sectarios. Vivimos tan rodeados de esa mentira que ya no le estamos dando el castigo que merece, que ha merecido en el pasado y que debe seguir teniendo si queremos convivir en un mundo libre.

Vivimos en la tela de una araña pero no olvidemos nunca que somos las moscas.

No me creo ná de lo que dices, no me creo ná de lo que enseñas

Buscando por la red, encontré la letra de un tema de rap con Dj Yulian que me permito usar en parte para comenzar este texto (vaya por delante mi agradecimiento).

No me creo na’ de lo que dices, no me creo na’ de lo que enseñas. No me creo na’ de lo que escribes,
lo que piensas, lo que sientes, lo que sueñas, de todo lo que vives no me creo na’.

Y es que en nuestra sociedad polarizada en extremo, donde cada comentario es fusilado sin piedad por las hordas del perpétuo pensamiento opuesto, donde detrás de cada esquina está siempre apostado alguien que pone en tela de juicio todo y a todos por deporte (y ojalá fuera por la posesión de un gran sentido crítico), donde pastan a sus anchas las noticias falsas y, no olvidemos, también las falsas noticias (paparruchas y manipulaciones si queremos ser más directos), los medios de comunicación también sufren ese descrédito generalizado de la información.

Hablemos de confianza. España es el país del mundo donde más ha caído la confianza en las instituciones ¿Sorprendidos?

De acuerdo en la nueva edición del Edelman Trust Barometer realizado por la consultora de comunicación Edelman. En un escala de 1 a 100, la confianza de los ciudadanos españoles alcanza los 40 puntos, lo que coloca a nuestro país entre los más desconfiados y, además, desciende siete puntos con respecto a los datos de la última edición del estudio (La media mundial es de 52). Solamente nos superan Rusia y Japón entre los 26 países que han sido analizados. En un año, España ha pasado del puesto 12 al 23.

Y llegamos a la prensa. El estudio le asigna 36 puntos, 8 puntos menos que en 2018 (la media mundial en este caso es de 47). A nivel global, se confía mucho más en la prensa tradicional (65 puntos) que en las redes sociales (43). En un punto intermedio quedan los nativos digitales (55) y los medios propios (49).

E, importante dato, el 73% de los encuestados se muestran preocupados que las fake news se utilicen activamente.

Los que tengan ganas y tiempo, les recomiendo leer el estudio, encontraran información interesante sobre las marcas, las empresas e incluso los gobiernos.

Hay muchos estudios y estamos rodeados siempre de datos, pero paremos y reflexionemos un poco sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Y aquellos que nos dedicamos a la comunicación ¿Qué parte de culpa tenemos de lo que pasa y qué podemos hacer para remediarlo?

No me creo na’ de lo que dices, no me creo na’ de lo que enseñas. No me creo na’ de lo que escribes,
lo que piensas, lo que sientes, lo que sueñas, de todo lo que vives no me creo na’.

 

Las brújulas han perdido el norte

Hemos perdido el norte. Esa frase hecha me la repetía mucho mi abuelo cuando opinaba de lo que veía y leía sobre la actualidad del momento. Aquel estupendo anciano murió en 1995 con 95 años y una vida apasionante. Y la verdad es que siempre recuerdo sus palabras y más todavía hoy en día porque sinceramente creo que hemos perdido el norte. Pero hemos perdido el norte todos, absolutamente todos. Los políticos que parecen ignorar o despreciar a las hemerotecas y practican como sistema el «Donde dije digo, digo Diego» y, lo peor, es que cuando se lo recriminan, cualquier excusa es buena, lanzan una cortilla de humo sencilla y a otra cosa, mariposa porque no pasa nada. Pero es que también muchos profesionales del periodismo han perdido el norte del respeto por el valor de la verdad usando eso que se llama «libertad de expresión» de la forma más torcitera que se ha visto. Y tampoco pasa nada. Nos preocupan mucho las llamadas noticias falsas o fake news pero, al mismo tiempo, retorcemos la realidad a nuestro interes sin darnos cuenta (o dándonos cuenta perfectamente) que esa falsedad es ya en si misma una fake news. Decimos que respetamos la independencia de los jueces pero estamos constantemente poniendo en tela de juicio lo que hacen o dicen todos ellos en todos los casos que pueden tener un mínimo de repercusión mediática (siempre arrimado el áscua a nuestra sardina por supuesto), decimos amar la democracia y absolutamente todo lo que significa mientras mantenemos parlamentos cerrados por interés partidista, y el que quiera más ejemplos que lea 10 minutos. Pero todos somos muy decentes y honestos menos cuando nos acusamos unos a otros de franquistas, fascistas, rojos o fachas (que ahora está de moda usar esos palabros muy de los años 30 del siglo XX). Constantemente leemos medios de comunicación partidistas que siempre, sople el viento que sople, defienden una corriente de opinión, izquierdas buenas, derechas malas, rojos canallas, azules santos de altar. Y eso no es de ahora, que aquí en esta España nuestra, dividida en mil pequeñas Españas, siempre hemos cojeado del mismo pie. Bien, ahora resulta que leo hoy «la libertad de expresión no lo resiste todo, no lo acoge todo», ahora es necesaria la seguridad en lo que publican los medios de comunicación porque «¿quién paga la mentira? ¿Es de pago la verdad?». ¡Puf!, comenzamos a andar un camino muy peligroso. Además ¿Quién se acaba de caer de un guindo?

La libertad de expresión es una y única, no es interpretable según nos interese. No podemos decir que estas frases: “Dicen que pronto se traspasa la cloaca de Ortega Lara y muchos rumorean que Rubalcaba merece probarla, complejo de zulo mi casa a ver si un día secuestro alguno y le torturo mientras le leo al Argala” o «Para todos aquellos que tienen miedo cuando arrancan su coche, que sepan que cuando revienten sus costillas, brindaremos con champán» son un claro ejemplo de libertad de expresión mientras, al mismo tiempo, se admiten a juicio las blasfemias de Willy Toledo, que no dejando de ser un acto de falta de respeto innecesario hacia personas que creen en cosas distintas, no pienso que en pleno siglo XXI deban estar tipificadas. ¿No existe coherencia al respeto de esa libertad ni tampoco consenso, pero ahora arremetemos contra medios de comunicación por lo que publican o dejan de publicar?

Yo diría que la verdad y la mentira la pagan los mismos que lo han hecho siempre, pero ahora tienen hordas automatizadas que les echan una buena mano para aumentar el ruido. Pero oiga usted, no solamente medios, o algunos medios, sino partidos políticos, países, sindicatos, movimientos ciudadanos y un largo etcétera que a esto se puede jugar fácil y a un coste bastante razonable. Y un periodista debe atenerse a las reglas de su oficio y un medio a las del al suyo. Y si una noticia no es cierta, si no se han verificado las fuentes, si se está manipulando la línea editorial a sabiendas de faltar a la verdad, entonces y que me llamen ingénuo, ni estamos hablando de un periodista, ni de periodismo ni de un medio de comunicación, estamos hablando de manipulación y propaganda como se decía en mis tiempos o de noticias falsas y fake news que se dice ahora y que suena más cool.

Hacedlo, llamadme ingénuo. Hemos perdido el norte y, lo que es mucho peor, hemos perdido la vergüenza.

Anonimato, privacidad, libertad de expresión y el nudo Gordiano

Comienza un nuevo año y, la verdad, seguimos como terminamos el anterior. Damos una vuelta mirando de qué se habla en redes sociales y encontramos similares corrientes de opinión. Y sinceramente, aunque resulte seguramente polémico, me gustaría poner encima del tapete la cuestión del anonimato en la redes sociales. Ya en 2017 se comentó mucho la propuesta política de eliminar la posibilidad de crear perfiles en redes sociales de forma anónima. Para ello se usaba el argumento de la necesidad de frenar el uso de ese anonimato como parapeto para todo tipo de amenazas y acosos. La polémica, obviamente, estaba servida.

Uno de los principales argumentos en contra era que, evitando el anonimato, se atacaba la privacidad y la libertad de expresión haciendo que los ciudadanos, al no disponer de ese anonimato, practicaran una especie de auto censura de sus opiniones empobreciendo el debate público. Por otra parte, se decía que, para identificar a alguien que cometiera un delito en este contexto, no era técnicamente necesario conocer su identidad ya que «informáticamente» se le podía localizar igualmente (y casos así hemos vivido, efectivamente).

Hasta aquí la polémica. Pero si abrimos el debate más allá de la amenaza concreta de un perfil a otro (amenazas de todo tipo, injurias, difamaciones, etc) y nos trasladamos a la viralización de noticias y/o corrientes de opinión usando perfiles falsos específicamente creados para ello, el tema se complica bastante. Son dos asuntos diferentes pero que se unen partiendo ambos de la base de la posibilidad de crear perfiles en redes sociales desde el anonimato. El «Astroturfing«, los seguidores falsos o zombies, son expresiones conocidas y conocidos son también casos de empresas que han comercializado servicios de reputación online para personajes públicos o para empresas usando este sistema de dudosa moralidad pero, sin duda, efectivo. Y por si esto fuera poco, debemos añadir la relación de la creación de corrientes de opinión y trending topics usando las denominadas «fake news», siempre bajo turbios intereses. Creo que este asunto se ha hablado con fruición en todo tipo de medios comentado cómo afecta a campañas electorales, referendos y demás derivaciones políticas nacionales e internacionales con acusaciones volando de unos paises a otros.

Como se ve el patio lo tenemos bastante revuelto y no solamente en nuetsro país. ¿Qué se puede hacer? Pues hay opiniones para todos los gustos, desde el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, que defiende la transparencia y la existencia de una única identidad en la Red, hasta políticos y juristas fuera y dentro de España, que defienden todo lo contrario, que el anonimato garantiza la autenticidad de las opiniones y de la calidad de los contenidos ya que permite la creatividad sin ningún tipo de influencia o coacción.

Yo creo que este debate se pone sobre la mesa porque, como siempre, hay personas que se aprovechan de las circunstancias. Algunos para lucrarse de muchas maneras usando espacios de alegalidad y otros, sencillamente porque no saben hacer buen uso de sus libertades y confunden la libertad de expresión con algo que podríamos llamar «libertinaje de expresión» (por si acaso algún lector se despista, el libertinaje es un estado de exceso y abuso de libertad. Es una condición que no respeta los derechos ajenos, e incluso a veces ni los propios). Hemos visto y leido barbaridades de todo tipo que bajo el paraguas de la libertad de expresión, añaden, creo yo, una más que deleznable catadura moral, una falta obvia de educación y respeto y, también hay que decirlo, un desconocimiento del marco jurídico que limita esa libertad estableciendo fronteras que separan la opinión libre de la injuria, la difamación o la exaltación del odio, el terrorismo, el racismo, la xenofobia, o cualquier otro delito (incluidos los no tipicados, como no tener sentido común ni sensibilidad ningunos). Las libertades y las palabras tienen límites. Como me decían de niño, mi libertad termina donde empieza la de mi compañero. Pero estos casos que, aunque cada vez más numerosos (o que cada vez les damos más cancha en los medios…), no son la mayoría afortunadamente, y que no siempre se hacen desde el anonimato del que estamos hablando, ponen de manifiesto que existe un problema que se nos escapa de las manos. ¿Se puede ejercer la libertad de expresión desde el respeto, el sentido común y la legalidad? Sin duda aunque haya gente que no lo haga.

¿Y si para abrir un perfil en redes sociales tuviéramos que identificarnos adecuadamente evitaríamos así estos casos?. Nuestros datos podrían quedar bajo la custodia de la red social y luego, nuestro nick o apodo podría ser el que quisiéramos protegiendo nuestro anonimato. Eso sí, si infringimos la ley, entonces se pueden tomar acciones legales de forma rápida y sencilla. Al fin y al cabo es lo que sucede en nuestras vidas reales a diario. ¿Por qué debe haber una posibilidad de anonimato en la Red que no tenemos en la vida real? Bueno, si así fuera seguramente habría muchos trolls que abandonarían el oficio… pero si consultamos esto a un abogado, este arruga de inmediato el entrecejo y dice: «Uf, eso es muy complicado». Y lo es ciertamente. Una vez más, la evolución de la tecnología va más rápido de lo que los marcos legales son capaces de asimilar y regular convenientemente.

Pero si volvemos a abrir el debate al uso de perfiles falsos para la viralización de corrientes de opinión (esa antigua propaganda que antes – y ahora también – hacen los gobiernos) vemos que hay un problema que incluso las propias empresas del sector intentan mitigar. Facebook buscando perfiles falsos, protegiendo las fotos que subimos para su uso fraudulento, buscando fake news, etc; o Twitter eliminando miles de perfiles falsos constantemente. Este asunto daría no para un post sino para muchos. La realidad no es cuestionable, los perfiles falsos son una constante y se usan sistemáticamente para usos poco lícitos. ¿Qué hacemos en este caso? Si limitamos una cosa intentando atajar un problema obvio, limitamos la otra como efecto inmediato. Mientras tanto la situación está delante de nosotros creando múltiples y graves problemas. Esto es lo que se llama, un nudo gordiano.

La Santa Compaña y la leyenda de Avalón

Entre los huesos de santo y los buñuelos que ya tenemos al caer, estamos en vísperas del Día de Todos los Santos. Una buena fecha para reflexionar sobre toda la convulsión que llevamos vivida en este país nuestro sumido en un intento de revolución, ¿revolución?. Bueno, en este siglo XXI de lo políticamente correcto, lo superficial y lo descafeinado, invadido de perfiles falsos en redes sociales, argumentos vacíos, fake news y medios de comunicación nacionales e internacionales que publican lo primero que pueda generar visitas sin dedicarse a eso tan tradicional del oficio que era «verificar las fuentes». En fin, una manipulación orquestada, una revolución de abogados y consultores que han asesorado el decir sin decir, el afirmar desafirmando y el «pasa tú que a mi me da la risa» no sea que acabemos empapelados y un compañero de celda pida el traslado porque no aguanta nuestra «matraca». Y en eso hemos terminado, en la cobardía de la risa de una Santa Compaña fantasmal que, en la víspera de los muertos, se pasea por Europa alardeando de la vergüenza ajena que nos hace pasar a todos, de su enajenación y del páramo de ilusiones rotas que deja atrás en una Cataluña desmontada y dividida ideológicamente y plagada de los más aberrantes odios absurdos.

Pero también en las estrategias de comunicación, y de esto ha habido mucho, pero mucho, en todo este proceso, quedan sembradas leyendas de Avalón, aquella isla onírica donde descansa el Rey Arturo. Esa utópica república no realizada y que, por tanto, ya es propiedad del imaginario colectivo que así lo desea y que volverá a tomar forma. Nuestro problema de fondo no ha desaparecido. Ha sido tratado de astracanada sin respeto alguno por parte de aquellos que lo han usado en su propio beneficio y ha sido disimulado por unas próximas elecciones que, si bien nos devuelven a una legalidad indispensable, no solucionan la raíz del problema. Como decía Gustavo Adolfo Becquer, autor que también es lectura muy de estos días, «Volverán las oscuras golondrinas».